55 El león y el pavo

Erase una vez un león y un pavo real que eran muy amigos. Nada les complacía tanto como reunirse en el claro de un bosque, en las tardes cálidas y soleadas, y comer juntos. Una tarde, estaba el león devorando unos pedazos enormes de carne cuando observó al pavo real arañando la tierra y sepultando huesos de ciruela. —¿No se te ocurre nada mejor con que entretenerte? — preguntó el león dando un bostezo. El pavo real era un ave orgulloso que creía saberlo todo. —¿Cómo puedes ser tan estúpido? —exclamó asombrado—. Debes ser el único animal del bosque que ignora lo importante que es plantar huesos de ciruela. De los huesos brotan árboles y éstos dan hermosas y jugosas ciruelas. El león se sintió muy ofendido con el insulto del pavo real. «Le demostraré a mi amigo que soy tan listo como él.» Y enterró cuidadosamente los huesos que habían sobrado de su festín. Algunos meses más tarde, los dos amigos se encontraron nuevamente en aquel claro. El pavo real se sentía satisfechísimo porque los huesos de ciruela habían comenzado a dar fruto. Y al ver al león arañando la tierra, tratando de encontrar un hueso que hubiera empezado a crecer, se echó a reír y dijo: — Eres todavía más estúpido de lo que pensé. Todos sabemos que es imposible hacer que crezcan los huesos plantándolos en la tierra. Pasó el tiempo y cuando los dos amigos volvieron a encontrarse en el claro del bosque, estaba repleto de ciruelos cargados de frutos. El pavo real sonrió satisfecho, mas el león estaba muy triste. Aquel día no había atrapado nada para comer y tendría que pasar hambre mientras su amigo se atracaba de jugosas ciruelas. — Es una lástima que no seas tan listo como yo —dijo el pavo real con orgullo—. Yo siempre tendré suficiente para comer, mientras tú vas a pasar hambre en más de una ocasión.Pero el pavo real hubiera debido saber que la paciencia tiene un límite y que el orgullo resulta molesto. Total que el león, harto de la soberbia de su amigo, se abalanzó sobre el pavo real y se lo comió enterito de un solo bocado. Bienvenidos a Cuentos Mágicos, cuento número 56 “El león y el ratón” Una tarde muy calurosa, un león dormitaba en una cueva fría y oscura. Estaba a punto de dormirse del todo cuando un ratón se puso a corretear sobre su hocico. Con un rugido iracundo, el león levantó su pata y aplastó al ratón contra el suelo. -¿Cómó te atreves a despertarme? -gruñó- Te-voy a espachurrar. -Oh, por favor, por favor, perdóname la vida -chilló el ratón atemorizado-Prometo ayudarte algún día si me dejas marchar. -¿Quieres tomarme el pelo? -dijo el león-. ¿Cómo podría un ratoncillo birrioso como tú ayudar a un león grande y fuerte como yo? Se echó a reír con ganas. Se reía tanto que en un descuido deslizó su pata y el ratón escapó. Unos días más tarde el león salió de caza por la jungla. Estaba justamente pensando en su próxima comida cuando tropezó con una cuerda estirada en medio del sendero. Una red enorme se abatió sobre él y, pese a toda su fuerza, no consiguió liberarse. Cuanto más se removía y se revolvía, más se enredaba y más se tensaba la red en torno a él. El león empezó a rugir tan fuerte que todos los animales le oían, pues sus rugidos llegaban hasta los mismos confines de la jungla. Uno de esos animales era el ratonállo, que se encontraba royendo un grano de maíz. Soltó inmediatamente el grano y corrió hasta el león. —¡Oh, poderoso león! -chilló- Si me hicieras el favor de quedarte quieto un ratito, podría ayudarte a escapar. El león se sentía ya tan exhausto que permaneció tumbado mirando cómo el ratón roía las cuerdas de la red. Apenas podía creerlo cuando, al cabo de un rato, se dio cuenta de que estaba libre. -Me salvaste la vida, ratónenle —di¡o—. Nunca volveré a burlarme de las promesas hechas por los amigos pequeños.

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