La política de los frentes populares
Las consecuencias de la estrategia de radicalización social que conocemos como frentes populares son siempre negativas. Es cierto que sus promotores pueden conseguir a corto plazo el resultado deseado, pero no hacen más que aplazar el problema. Por supuesto, estos frentes están llenos de radicales y antisistema que son muy peligrosos para la convivencia y la democracia. En muchos casos aparecen demagogos como Mélenchon que son el caballo de Troya, consciente o inconsciente, del comunismo que ha blanqueado la izquierda mediática y sus «compañeros de viaje» entre los intelectuales. Es algo que hemos visto en el siglo XX, pero que nos podemos remontar a la República romana para constatar la existencia de peligrosos populistas que basan su discurso en el odio. Otra muestra, además de la Unión Soviética y sus países satélites, la encontramos en la Revolución francesa y las monstruosidades que se cometieron al grito de «libertad, igualdad y fraternidad». Nunca he compartido la absurda idealización de este periodo, como sucede con otros en los que surgió lo peor del ser humano. Nada bueno se puede esperar de la izquierda radical, pero tampoco de la ultraderecha.