Retablo - Marco Martos

En un tiempo viví en Ayacucho, rincón de muertos que lo llaman. Salí de allí, por azar, en 1970, diez años antes del comienzo de la hecatombe. Vi la miseria con mis propios ojos en el Parque Sucre, San Juan Bautista. Acuchimay, en el mercado, y penetrando por las rendijas a las mismas casas de los ricos, mendigando. Algunos de mis conocidos de esos años están muertos o en prisión o andan por el mundo como kamikazes locos matando y dejándose matar por los soldados. No hablo de los jefes. De ellos no hablo. Conocí a un niño que murió en la isla El Frontón en 1986, siendo hombre, con trescientos de los suyos, asesinado. Tuve un amigo periodista que fue a Ayacucho en 1983 en misión de servicio y junto con siete compañeros, en Uchuracay, murió asesinado. Pero los hombres de la costa cuando mueren tienen un nombre, una lápida, recuerdos, flores; los campesinos cuando mueren son números asesinados. Pienso también en los soldados que los llevan desde tan lejos (Saposoa, Iquitos, Tumbes) hasta Ayacucho a morir baleando. No me hables de la música de Huamanga, ni de la tersa piel de sus mujeres, ni del cielo lapislázuli. Ayacucho es la sombra de la muerte, una escalera interminable de cadáveres, la muerte misma trepando hasta mi corazón que vive todo el tiempo agonizando.

Om Podcasten

Audios para luchar contra el tráfico, la soledad, la falta de tiempo para aprender un poema y aquel mito que cuenta que el peruano no lee. Se publican semanalmente poemas recitados en la voz del autor, en la medida de lo posible. Creative Commons (CC) http://copypasteilustrado.wordpress.com/