28) Tres días con San Ignacio de Loyola; El Peregrino Herido.

La historia de Ignacio de Loyola no comienza con un santo, sino con un soldado. Un hombre de su tiempo, lleno de sueños de gloria, honor y de conquistar el favor de una dama importante. Su vida estaba proyectada hacia el éxito mundano, hacia el ruido de las cortes y los campos de batalla.

Pero en Pamplona, el estruendo de un cañón silenció todos sus planes. Una herida. Una fractura. El dolor lo postró en una cama y lo obligó a detenerse. Y en esa quietud forzada, en esa fragilidad que desbarató todos sus proyectos, Dios encontró una grieta por donde entrar. 



Aburrido, sin las novelas de caballería que tanto le gustaban, tuvo que conformarse con los únicos libros que había en casa: uno sobre la vida de Cristo y otro sobre la vida de los santos. Y al leerlos, empezó a soñar despierto. Pero notó algo curioso. Cuando soñaba con hazañas mundanas, sentía una alegría intensa que luego se desvanecía y lo dejaba seco, vacío. En cambio, cuando imaginaba imitar a los santos, como Francisco o Domingo, la alegría que sentía era distinta: era serena, profunda y, sobre todo, duradera. Dejaba en su alma un rastro de paz.

Sin saberlo, estaba descubriendo el arte del discernimiento. Estaba aprendiendo a leer el lenguaje de su propio corazón, a distinguir los movimientos interiores, las ‘mociones’ que lo acercaban a la vida y aquellas que lo alejaban de ella.

Esa herida física se convirtió en la puerta a una sanación mucho más profunda. Su mirada sobre el mundo comenzó a cambiar. Ya no buscaba la grandeza fuera, sino que comenzaba a descubrirla dentro. Se despojó de su armadura, de sus ropas de noble, y se vistió de peregrino. Ya no para conquistar tierras, sino para dejarse conquistar por Dios en el camino de la vida.

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Testimonios de otros ojos que me permiten mirar. Testimonios, discernimiento y esperanza para mirar el presente. Blog: Un Río de Papel ✍️ www.testigosdepapel.blogspot.com