29) Tres días con San Ignacio de Loyola II ; Una mirada nueva
La espiritualidad ignaciana nos invita a ser esa directora atenta para nuestra propia vida. Nos propone hacer esa misma pausa, detener la escena y preguntarnos con honestidad: ¿cómo está mi mirada hoy? ¿Refleja vida, esperanza y gratitud, o se ha vuelto opaca por la rutina y el cansancio?Para sanar esa mirada, Ignacio nos regala una herramienta sencilla y poderosa: el examen del día. Es detenerse un momento, no para juzgarnos, sino para mirar la jornada que termina con los ojos de Dios. Para reconocer y agradecer. ¿Dónde sentí vida hoy? ¿En qué conversación, en qué tarea, en qué gesto percibí el paso discreto de Dios? ¿Qué fue un regalo?Porque Ignacio nos enseña que no hay que huir del mundo para encontrar a Dios. Nuestra propia vida es el lugar sagrado del encuentro. Se trata de aprender a ser ‘contemplativos en la acción’, descubriendo que lo importante no es tanto qué hacemos, sino la presencia y el cariño con que estamos en las cosas. Es ahí donde recuperamos el brillo en la mirada y encontramos el gusto y el sentido que tanto anhelamos."En un mundo tan ruidoso y confuso como el nuestro, las reglas de discernimiento siguen siendo una “luz perenne y una brújula indispensable”. Ignacio nos enseñó a escuchar más allá del ruido superficial, a identificar los movimientos sutiles del espíritu de consolación y el de desolación en lo profundo del alma. Nos regaló herramientas para distinguir la voz auténtica de Dios de nuestros propios deseos o engaños, para tomar decisiones no desde el impulso o el miedo, sino desde la libertad interior y la búsqueda sincera de la mayor gloria divina. Celebrar su discernimiento es comprometernos a cultivar esa misma atención fina a los movimientos del Espíritu en nuestra vida cotidiana, confiando en que Dios nos habla también en la quietud y en las encrucijadas.